viernes, 6 de junio de 2008

VOCACIONES... SEGUNDA PARTE

La clave para que nuestro discernimiento sea un éxito.

El discernimiento será realmente un éxito si encontramos lo que Dios quiere de nosotros y después lo realizamos. Hasta ahí es obvio. No es difícil ver que no tendría sentido buscar nuestra vocación si no estuviésemos dispuestos a seguirla. Lo que algunos encontrarán sorprendente es que nuestra voluntad de seguirla es un factor importante en nuestra voluntad para aceptarla, y nuestra voluntad para aceptarla es un factor importante en nuestra capacidad para descubrirla. Descubrir la vocación es la aceptación a nivel intelectual de que la vocación está ahí, aceptarla es admitir que debe ser puesto en práctica, y llevarla a cabo es la corona de todo el proceso -- es el amor hecho realidad.

Es inevitable que nos vamos a acercar al discernimiento con un cierto número de prejuicios y predisposiciones ya sean positivas o negativas. La indiferencia en este tema no es parte de nuestra naturaleza. Los sacrificios que sabemos que están en juego al seguir la vocación afectan nuestra voluntad para aceptar su existencia. Comúnmente, como el policía de frontera de cara a una persona de origen cuestionable, podemos cuestionar nuestra vocación hasta el final, siguiendo todo según las reglas, con prudencia.

Por tanto el verdadero reto para una persona que considera su vocación es estar dispuesto a seguirla si la tiene. El verdadero problema es adquirir esta disposición de querer, de apertura incondicional. Y esto más que un simple discernimiento debe de ser nuestra preocupación.

La apertura y sus rivales.

Frecuentemente entendemos por apertura el que aceptemos intelectualmente la posibilidad de que Dios pudiera llamarnos. Pero hay una manera más útil de entender la apertura. Consiste en la habilidad de decirle a Dios, con convencimiento, lo que tú quieres de mí, yo lo haré. Es por tanto un fruto de la oración, y se expresa en una oración más de ofrecimiento que de petición. Este tipo de apertura tiene obstáculos significativos, la mayoría de ellos dentro de nosotros. La parábola del sembrador nos puede ayudar a entender algunos de estos obstáculos. (Lc. 8 4-15)

El diablo viene y se lleva la palabra de sus corazones. Como no lo hemos invitado, prácticamente nunca consideramos al tentador como un participante activo en nuestro discernimiento vocacional. Pero él aparece de todas maneras. ¿Te acuerdas de San Pedro? Mientras seguía las inspiraciones del Espíritu Santo él podía ver (discernir) que Jesús era el Mesías; pero cuando él pensó como hombre fue incapaz de aceptar la pasión y muerte de Cristo y Cristo le tuvo que llamar Satanás.

Mientras luchamos para abrirnos a la vocación estamos intentando abrir nuestros mentes y, más difícilmente, nuestros corazones a Dios. Pero el enemigo, el padre de la mentira, está haciendo todo lo que puede para ofuscar nuestro juicio y endurecer nuestro corazón. A veces la escalofriante indiferencia con la que nosotros nos quedamos al margen, mientras nuestros hermanos y hermanas sufren necesidad, y mueren de hambre y sed por la verdad, se debe a la acción del espíritu maligno. Y cuando revisamos nuestras dificultades y pruebas muchas veces olvidamos que ellas en sí mismas no son señales de la voluntad de Dios, sino que además pueden ser la acción del mismo espíritu maligno, permitidas por Dios para nuestra purificación.

Emociones. Se entusiasman por un tiempo pero cuando llega la prueba se pierden. Las subidas y bajadas de nuestras emociones muchas veces afectan nuestra apertura. Un día sí estamos listos, al día siguiente ya no. Un día daríamos la vida por Cristo y el siguiente decimos que no lo conocemos. En un momento queremos saber lo que él quiere de nosotros y en el siguiente nos vamos tristes de lo que él nos pide. Para estar realmente abiertos tenemos que sobreponernos a las inestabilidades de nuestras emociones. Nuestra vida cristiana no debe ser materia de emociones sino de convicciones y amor.

La atracción del mundo. Muchas cosas nos cautivan el corazón y la mente. Tenemos instintos y pasiones que tienen su lugar en el plan de Dios pero que no son los últimos jueces de la verdad ni de la voluntad de Dios. Además, debemos decir que las preocupaciones, las riquezas y los placeres de esta vida ejercitan una enorme atracción en nosotros a través de estos mismos instintos y pasiones. Hay una verdadera batalla que se tiene que luchar en el mismo centro de lo que somos, carne y espíritu, en el encuentro de estos dos elementos.

Estas palabras de Jesús nos ponen en guardia contra el pensamiento de que solo porque no hemos rechazado completamente la voluntad de Dios estamos necesariamente siguiéndola. La semilla no está perdida, no muere por falta de humildad, pero aún así no da fruto otras cosas se atreviesen y no la dejan crecer. Quizá un fin común de muchas posibles vocaciones. No nos atrevemos a decirle no a la voluntad de Dios directamente, pero sí la desplazamos, ocupamos nuestra mente y dedicamos nuestras energías en actividades y proyectos que nos alejan de ella, y así otras cosas la desplazan. Y el resultado es el mismo: no hay fruto.

Buena tierra. Jesús nos da aquí una descripción magnífica de la persona que está realmente abierta a su vocación. Es el de corazón noble y generoso, que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica, y con perseverancia da mucho fruto. ¿No debería ser la descripción de cada uno de nosotros? ¿No es eso lo que nos atrae de los santos, los vivos que vemos y de aquellos de que las hemos leído su vida?

Somos mucho más ricos por la buena tierra que la palabra de Dios encontró en el corazón del Papa Juan Pablo II o en la Madre Teresa, y qué maravilloso fruto han producido con su perseverancia una perseverancia por la que resistieron a la tentación, y dejaron que la palabra penetrara profunda en sus vidas y les hiciera peticiones extraordinarias, y les limpió el corazón de cualquier apego o ambición que pudiera destruir la semilla. Cristo aquí nos da una invitación a cada uno de nosotros. Nos describe su ilusión para nuestra vida. Él nos dice que esto es lo que podemos ser con su gracia.



ESTO TODAVIA NO TERMINA.

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