La Fe Católica es realmente una fe sublime y la única que posee la Verdad completa. Ella contiene todas las verdades que dan respuesta a las más hondas inquietudes humanas. El hombre desde sus orígenes se ha preguntado: "¿Quién soy yo? ¿Cuál es mi real valor? ¿De dónde vengo? ¿A dónde va mi vida?, y sobre todo ¿Cuál es la razón de mi existencia?" (Salmo 8,3)
En la revista "MISION SIGLO. XXI" hemos ido respondiendo a dichas preguntas fundamentales desde su primer número.
En la revista "MISION SIGLO. XXI" hemos ido respondiendo a dichas preguntas fundamentales desde su primer número.
Ya hemos visto que Dios nos creó por amor, a su imagen y con el propósito que llegáramos a ser sus hijos adoptivos semejantes a Cristo (Efesios 1,4-5). La opción correcta del hombre creado era seguir la senda de las normas de Dios para cumplir el plan divino. Pero por incitación del diablo el hombre se rebeló contra la Voluntad de Dios y cayó en Pecado (Romanos 5,12).
En nuestro anterior número vimos que la reacción de Dios ante el Pecado fue el Plan de la Redención: Enviar a su Hijo Unico para que sacrificando su vida destruyera la obra del mal y diera Nueva Vida a la humanidad. Es así que gracias a la muerte de Jesús todos podemos aspirar entrar al Reino de Dios (Efesios 2,1-6). La salvación que el Padre nos ha dado en Jesús implica el perdón total de nuestros pecados y el nuevo nacimiento de nuestro ser para enviarnos a luchar por un mundo más justo, y finalmente llevarnos a gozar de su Reino Eterno (Romanos 6,22). Y todo esto de manera gratuita porque el amor que Dios nos tiene es inmenso. Ninguna obra buena, ningún mérito humano podía merecer esta gracia divina: "No es esto algo que ustedes mismos hayan conseguido sino que les ha sido dado por Dios" (Efesios 2,8-9; Gálatas 2,21). Lo único que Dios nos pide es la conversión del corazón, es decir el arrepentimiento de nuestros pecados y la entrega a Jesús como el único Salvador y Señor de nuestra vida (Juan 6,28). Acerca de este vital tema de LA CONVERSION vamos a tratar ahora.
QUE ES LA CONVERSION
La palabra conversión proviene del término griego "metanoia" que significa "arrepentimiento, cambio de mentalidad, volverse" (Léxico griego-español de Mckibben). En Jesús esta palabra adquiere un tono imperativo: "¡conviértanse y crean!" (Marcos 1,15). La conversión para Jesús implica dos cosas: la fe y el arrepentimiento. Ambas actitudes producen el cambio que es necesario para poder entrar en el Reino de Dios. Jesús insistió mucho en la necesidad de la CONVERSION para hallar SALVACION (Lucas 13,1-5). Por ejemplo dijo "háganse como niños si quieren entrar en el Reino" (Mateo 18,3). Para Jesús la conversión no está solo en apartarse del mal, sino sobre todo en VOLVER EL CORAZON HACIA DIOS. "La auténtica conversión tal como la entiende Jesús, se da cuando el hombre deja de confiar en sí mismo y confía audazmente en Dios y de El espera todo bien" (Diccionario de Teología Bíblica, de Bauer, p.212). La conversión fue un punto principal en la prédica de Jesús y luego de los apóstoles.
NECESIDAD ACTUAL DE LA CONVERSION
En el principio de la historia de la Iglesia se bautizaba solo a los que se convertían a Jesucristo (Hechos 2,41). Al paso de los siglos este criterio cambió. Puesto que el mundo fue haciéndose cristiano el bautismo de los niños pasó a ser una práctica de las familias cristianas. Esto está bien, pero se descuidó hacer lo mismo con la evangelización y la catequesis. Estas fueron quedando fuera de las familias y concentrándose en los conventos y parroquias. Solo las devociones quedaron dentro de los hogares. ¿Cuál es el resultado? Que hoy, a finales del siglo XX, en que los católicos nos acercamos a los mil millones en el mundo, una gran parte no ha vivido la experiencia de conocer personalmente a Cristo. Han recibido el bautismo por haber nacido en un hogar católico, es decir por tradición familiar, pero no por efecto de la fe y el arrepentimiento personal. O sea que no han hecho su conversión a Cristo. Por eso en la Iglesia tenemos muchos católicos nominales, católicos de nombre pero no de hecho, católicos que no se sienten identificados con la Iglesia y viven apartados del camino de Cristo. Por lo tanto, la GRAN MISION de nuestra época es CONVERTIR A LOS BAUTIZADOS. Los miembros de la Iglesia (incluido muchos líderes parroquiales y aún sacerdotes) necesitan ser evangelizados para que conozcan PERSONALMENTE A JESUS y se conviertan a El. Solo así Jesús llegará a ser verdadero Señor y Salvador de sus vidas. Esta realidad es la que ha movido al Papa JUAN PABLO II a lanzar el llamado a una NUEVA EVANGELIZACION.
CONOCER PERSONALMENTE A JESUS
Hace ya veinte siglos que Jesucristo nació en Belén, murió en la cruz y resucitó al tercer día por la salvación de la humanidad. Sin embargo para muchos católicos Jesucristo es solo un personaje histórico, una imagen devocional y un motivo de costumbres religiosas como la navidad. Jesús no ha entrado en sus vidas. Tiene muchos "devotos" pero pocos testigos y apóstoles de a verdad. Y esto incluso entre quienes frecuentan las parroquias como laicos comprometidos, líderes de grupos y catequistas. (¿Cómo es en tu caso amigo lector?: ¿quién es Jesús para tí?, ¿es tu Señor y Salvador a quien sirves dándole tu tiempo y honrándole con tu conducta?)
Para que Jesús llegue a ser el Señor y Salvador del creyente tiene que darse primero un encuentro personal con él, "cara a cara". (A lograr este encuentro y no a otra cosa debe apuntar el propósito de toda evangelización católica.). En este encuentro el pecador tiene la oportunidad de DECIDIR PERSONALMENTE si sigue a Cristo o se queda sin él (Juan 6,67-69). Si decide por seguir a Cristo entra en conversión.
Jesús no dijo a la gente: les voy a enseñar un camino, sino «Yo soy el Camino». No dijo: les voy a enseñar unas verdades, sino «Yo soy la Verdad y la Vida» (Juan 14,6). El afirmó: «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8,12), «Yo soy la vid y ustedes las ramas» (Juan 15,5). Jesucristo aseguró enfáticamente: "el que cree en mi..., me sigue..., come mi carne..., entra por mi..., TIENE LA VIDA ETERNA" (Juan 6,40; Juan 8,12; Juan 6,54; Juan 10,9). Estas palabras suyas revelan que El es el único Señor y Salvador. A él debemos conocer y entregar nuestras vidas para entrar en la senda de la salvación. Quién no ha encontrado a Cristo NO LE CONOCE y por tanto NO ESTA en la senda de la salvación, aunque se haya bautizado catolicamente y pertenezca a un grupo parroquial. El apóstol San Juan lo afirma: «El que tiene al Hijo, tiene la vida. El que no tiene al Hijo, no tiene la vida» (1Juan 5,11). Una cosa es cumplir las costumbres religiosas o aprobar el curso de religión en el colegio y otra cosa es CONOCER a Jesús. Una cosa es haber sido bautizado y confirmado y otra cosa es tener a Jesús como el centro de la vida. (Así puede suceder que tú hayas sido acólito, catequista y buen amigo del párroco pero aún no pertenezcas a Cristo).
San Pablo es un ejemplo claro de esto. El no era un ateo sino un fiel creyente judío. Antes de su conversión se llamaba Saulo y pertenecía al grupo de los fariseos, era teólogo y maestro de la ley. Por fidelidad a su religión se comprometió a perseguir a los seguidores del "falso" mesías Jesucristo. Saulo conocía el Antiguo Testamento de la Biblia, pero no conocía a Jesucristo. Cuando Saulo se dirigía a Damasco para encarcelar cristianos tuvo un encuentro personal con Jesús. Fue derribado del caballo para que pudiera abrir los ojos del espíritu y "ver y oír" al Señor Jesús que le dijo: "Saulo, porqué me persigues". El preguntó: "-¿Quién eres Señor?... Y Jesús le dijo: "-Soy de Jesús de Nazaret a quien estás persiguiendo..." (Hechos 9,1-6).
Este encuentro personal con Jesús cambió el corazón de Saulo. De perseguidor se convirtió en apóstol. Nada ni nadie hubiera sido capaz de cambiar a ese judío fariseo, fanático y tenaz como pocos. Solo Jesús en persona. Jesús pudo cambiar al ambicioso Zaqueo, a la prostituta Magdalena, al pagano Mateo, al rudo pescador Simón Pedro. Y lo mismo es y será con todos los hombres. Sólo un encuentro con Jesús convierte los corazones y transforma las vidas. (Lo mismo es para tí lector. Nadie te cambiará sino solo el encuentro personal con Jesús).
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