jueves, 31 de julio de 2008

CONVIERTETE Y CREE EN LA BUENA NUEVA...



segunda parte y final.

EL PROCESO DE LA CONVERSION
El primer y fundamental paso de la fe cristiana es pues conocer personalmente a Jesucristo. La conversión empieza cuando el creyente recibe la Buena Noticia de Cristo y "abre sus ojos" al Salvador del mundo. Al percibir que Jesús es EL SEÑOR VIVO Y VERDADERO cree en El, se arrepiente de haber vivido apartado de sus enseñanzas y le entrega su vida entera (Juan 4,42; 1 Juan 1,1-2). Este encuentro con Cristo vivo produce una CONVERSION RADICAL EN EL ALMA y graba la dulce presencia del Señor en el corazón (Hechos 26,12-20; Gálatas 2,20). Cristo llega a ser el todo y lo demás queda en segundo plano (Filipenses 3,7-8). Como fruto de la conversión brota incontenible el amor al prójimo en forma de servicios concretos (1 Juan 3,14). Así sucedió con los primeros cristianos y con los santos de todos los siglos. Conocer a Cristo impactó sus corazones y cambió el curso de sus vidas (Filipenses 1,21). Ellos tuvieron un encuentro con Cristo Jesús que los llevó a confesar que se trataba del Hijo de Dios muerto y resucitado por la salvación de la humanidad (Mateo 16,16), y se entregaron a El para siempre.
CONVERSION = SEÑORIO DE JESUS
La conversión a Cristo es un proceso que produce una revolución interior en la persona. Hay una cambio de mando y de criterios. El trono del corazón es tomado por el Señor. Para ver mejor el proceso de la conversión observa estas cuatro figuras que reflejan la situación en que pueden estar las personas:
FIGURA 1: (el Yo sentado en el trono, no hay Cristo) Simboliza la persona autosuficiente. El yo ocupa el trono del corazón. Busca lo que le place y hace lo que quiere pensando solo en su egoísmo. No conoce a Cristo. Jesús está fuera del círculo porque la persona no cree en él. No existe conversión.
FIGURA 2: (el Yo sentado en el trono y Cristo al lado) Representa a la persona que cree en Dios pero en el trono de su corazón reina el yo egoísta. Jesús forma parte de su vida pero solo por tradición. No se ha convertido a Cristo. Si tiene necesidades le pide que ayuda. Si no recibe respuesta lo deja de lado para buscar otras ayudas "más eficaces". Es el típico «católico a mi modo».
FIGURA 3: (Cristo sentado en el trono y el Yo inclinado ante Cristo) Simboliza a la persona que ha encontrando a Jesús y le ha reconocido como su Señor. Aquí Jesús ocupa el centro. El creyente le ha entregado su corazón, mente, alma, casa, bienes, familia, trabajo, afectos, salud, voluntad, temores, esperanzas, proyectos, pasado, presente, futuro... ¡TODO! Le pide cosas a Dios pero acepta que se haga lo que Dios quiere y no lo que él desea. Ha entrado en conversión.
FIGURA 4: (Solo está Cristo en el trono) Representa la santidad cristiana donde el creyente deja crecer a Cristo en su interior (Juan 3,30) hasta decir con verdad como San Pablo: «Vivo yo, pero ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2,20). Es la conversión total: la persona ha cambiado su vida pobre y pecadora por la hermosa vida de Cristo.
¿CUAL ES NUESTRA REALIDAD ESPIRITUAL?
Apliquemos lo visto a nosotros mismos. Si quisiéramos representar nuestra realidad espiritual con una de las cuatro figuras, ¿cuál dibujaríamos? ¿Está ocupando Jesús el centro de nuestro corazón? ¿O tal vez Jesús ni siquiera ha entrado al círculo de nuestra vida? ¿O somos de los católicos «a mi manera» que creemos en Cristo pero no dejamos que él mande en nuestra vida? Jesús, igual que a sus discípulos, nos hace hoy esta pregunta: «Para tí, quién soy yo?» (Marcos 8,29). Si al hacer un sincero examen de conciencia vemos que aún no le conocemos en persona ni le hemos entregado nuestro corazón entonces debemos volvernos a él.
La Palabra de Dios cuestiona nuestra "tranquilidad" espiritual y nos llama a la conversión: - «Yo se todo lo que haces, y se que estás muerto aunque parezcas vivo. Despiértate y salva lo que aún queda con vida en tí y que ya está a punto de morir. Si no te despiertas llegaré a tí cuando menos lo esperes» (Apocalipsis 3,1). - «Ojalá fueras frío o caliente. Pero como eres tibio, te vomitaré de mi boca... Yo reprendo y corrijo a los que amo. Por eso te digo que seas fervoroso y te conviertas a Dios» (Apocalipsis 3,15-19). Palabras muy duras que debemos reflexionar seriamente.
En Latinoamérica casi todos hemos heredado la fe cristiana por tradición familiar. Pero esta no es la fe personal. La fe personal es fruto del encuentro con Jesús. El encuentro con Jesús nos permite conocerle en vivo y recibirle como Señor y salvador. Este encuentro se transforma luego en una íntima comunicación con El hasta que Jesús llega a ser todo en la vida de uno.
Acogiendo en nuestro corazón a Cristo Salvador podremos echar fuera de nuestra vida las tinieblas del pecado, de los vicios y de la ignorancia espiritual. El hará lo que nunca hubiéramos logrado solos: transformarnos en preciosos hijos de Dios. Sólo nos pide el esfuerzo diario de seguirle y perseverar en ello. ¡EL HARA LO DEMAS! En Caná de Galilea pidió agua y la convirtió en buen vino. En el desierto pidió unos panes y alimento a cinco mil. Así también en nuestra conversión nos pide el esfuerzo diario de seguir sus enseñanzas y El pondrá el resto.
Por último, la conversión es también una gracia de Dios. Jesús ha dicho: «Nadie puede venir a mí si mi Padre no lo atrae» (Juan 6,65; Mateo 16,17). Por eso, si queremos cambiar nuestras vidas y ser buenos cristianos, debemos arrodillarnos humildemente ante Dios y suplicarle por nuestra propia conversión y la conversión de los demás: «Conviértenos a tí Señor, y entonces nos volveremos a tí» (Lamentaciones 5,21).

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